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regalos

el día que me caí al cielo (cuento)

Aunque,por supuesto, aquel era el día en que me caería al cielo no podía imaginar que realmente podía ocurrirme una cosa así. Menos aún aquel preciso día. En cualquier caso,lo cierto es que deambulaba sin rumbo fijo por las calles cuando decidí tumbarme en un jardín para descansar un rato. Dirigí mi mirada al cielo, adornado por un escuadrón de difuminadas nubes, cuando experimenté un terrible vértigo. Me abracé fuertemente a un árbol mientras mi propio peso comenzaba a oprimirme. Las ramas me arañaban y la presión de mi maltrecho cuerpo iba creciendo y creciendo. Súbitamente, me vi libre (al menos en parte) de aquel castigo, pero entonces comprendi lo que estaba sucediendo. La siempre traicionera gravedad se reía de mi y ahora me levantaba unos metros por encima del suelo que se me presentaba cada vez más distante.Sin ninguna razón aparente, la tierra se convirtió en el cielo y no había suelo.

suerte (cuento)

Era muy temprano y hacía bastante frío cuando E. salió de su casa dirigiéndose al bar más cercano, que se encontraba a unos pocos metros. El sol, impertinente, mostraba los más horrendos detalles de las personas con las que se iba encontrando por el camino, lo que le hizo sentirse abrumado, algo asustado en aquel espéctaculo exhibicionista. Se tranquilizó cuando llegó al bar, un agujero grasiento, poco iluminado y en el que surgía una densa niebla conforme avanzaba el día, producto de las comidas y los cigarros y en la que E. se perdía a sus anchas. Mientras tomaba café (y puesto que no tenía otra cosa que hacer) dirigió su mirada hacia la vieja máquina tragaperras del fondo, como hacía cada día. Tenía luces por todos los lados, con colores muy llamativos pero nada sugerentes, pensó. Parpadeando, la palabra suerte aparecía y desaparecía en la pequeña pantalla. Nunca antes se había molestado siquiera en leerlo y no le extrañó; se sintió ligeramente superior al pensar cómo podía una persona dejarse llevar por una tentación tan absurda presentada además de manera tan pobre, hasta el punto de perder el dinero y en ocasiones la cabeza. En su miseria no podía permitirse el desliz de confiar en la suerte, de crear buena suerte para él. Había visto a muchos hombres corromperse acompañados por la fortuna, amigos que en un momento dado se habían olvidado de todo cegados por el triunfo. E. no se consideraba un hombre afortunado (porque no lo era), pero de alguna forma se sentía satisfecho: creía que lo que debía hacer era luchar contra todo aquello que podía hacerle creer en que la suerte existía y aun en que él mismo podía manejarla; y lo estaba consiguiendo.

(escuchando: nada)

la reina de los ángeles (cuento)

Agazapado por tu majestuosidad te miro desde muy abajo. Eres la torre más alta y vuelas muy arriba. Si miras hacia abajo, no ves nada.
Yo, inconsciente, trepo cada noche por tu frágil estructura agarrándome a tus cabellos y cuando por fin llego al oído, te advierto entre susurros que te vas a caer. En justo pago, un manotazo me devuelve al lugar de origen de mis travesías nocturnas. La historia se repite una y otra vez pero, a pesar de todo, no me canso de trepar hasta donde puedes oírme.
Ahora que finalmente te has caído, eres tú la que subes hasta mi y me tientas con tu lúbrico y alcohólico acento francés. Yo no te haré bajar; puedes quedarte ahí porque ya no te escucho.

libre (cuento)

Hace ya un tiempo que no me ponía a ello, pero aquí va una nueva pequeña historia. Confío en que con el tiempo pueda llegar a escribir algo que realmente merezca la pena:

No recordaba cuanto tiempo llevaba caminando bajo el sol. Lo único que ocupaba su cabeza era la vaga imagen de sus pies moviéndose desacompasadamente entre el polvo detrás de una forma oscura parecida a él. Ininterrumpidamente, una oración se propagaba por el aire a modo de llamada y él se sabía un simple número. De pronto, como si despertara de un profundo sueño levantó la cabeza y miró hacia su izquierda: incontables riadas sin principio ni fin de figuras idénticas discurrían pesada pero inexorablemente a lo largo de la explanada. A su derecha la imagen se repetía. Por detrás de él, la fila no terminaba nunca y las figuras no tenían rostro. El sol le cegaba si miraba hacia adelante. Por un momento, consciente de que aquella era una peregrinación a ninguna parte, deseó no formar parte de aquel ejército espectral. Nada le retenía pero agachó la cabeza y continuó andando como lo había hecho hasta entonces.

puta (cuento)

Se prepara un año intenso querido amigo... Por eso quiero recomendarte que seas cauto y aprovecho para desearte 300 días felices y 66 infelices (así valorarás más los felices) y una fructífera Noche de Reyes. Mi regalo es éste:

La conoció de una forma bastante peculiar teniendo en cuenta el modo de vida de ambos. No hacía más que unos pocos días, pero eran años en realidad. En ese tiempo ella le había contado muchas cosas: sus sueños (bastante alejados de su realidad), sus necesidades y sus aficiones, entre las que destacaba patinar. Tanto le gustaba, que un día, entre risas alcohólicas, él le dejó sus patines y estuvieron patinando por el pasillo de su casa: "la puta sobre patines" reía ella desaforadamente. Él sonrió, pero su sonrisa se torcía producto de una terrible compasión. Estaba tan acostumbrada a que la trataran mal que se perdía continuamente el respeto, convirtiéndolo con maestría en un chiste cruel. Esa misma noche se quedaron viendo la televisión hasta muy tarde y cada vez que ella reía (siendo muy a menudo), él no podía evitar mirarla furtívamente y sentir admiración. Jamás había conocido a nadie tan valiente.

en el espacio (cuento)

A través del cristal se veía la explosión de Júpiter. Un corto espacio de tiempo y todo cuanto le rodeaba habría desaparecido. De pronto, oyó por la galería próxima un sonido de pasos precipitados que se acercaban. Al volverse, una chica que no había visto jamás le miraba azoradamente y con expresión de impaciencia: "Parece absurdo, lo sé, pero ¿te importaría enamorarte de mí? Sólo será por unos instantes, los últimos. No te costará mucho". Mientras un sordo zumbido comenzaba a oírse, a pesar de lo incomprensible de la pregunta (o tal vez por eso mismo)y de la imposibilidad de cumplir aquel ruego permaneció unos segundos pensativo: al fin y al cabo si decía que la quería, no sería menos cierto que otras tantas veces con otras tantas mujeres. Era la necesidad de afecto más desesperada y definitiva de todas.

la actriz (cuento)

Ella no era como el resto de gente que conocía. Casi todos ellos se limitaban a pasar por la vida de una forma más o menos despreocupada y automática. Ella no, ella actuaba. Y lo hacía las 24 horas del día, desde que se levantaba hasta que se acostaba. Aun cuando estaba durmiendo actuaba. Se comportaba como se supone que tiene que comportarse alguien ante las diferentes situaciones de su vida. Constantemente. La improvisación era demasiado arriesgada y siempre representaba en directo. Ni siquiera cuando estaba sola dejaba de hacerlo: "el público invisible es el más implacable" pensaba. A pesar de todo se le notaba. En ocasiones conseguía engañar a los demás comportándose como si realmente se lo estuviera pasando bien en las fiestas, pero no podía engañarse a sí misma. Y cada día terminaba exhausta.

condenado (cuento)

Entró en su coche y encendió el motor. Conectó la radio y sonó una canción insípidamente pop que hablaba sobre una fiesta y que sabía a redención. Empezó a conducir por la ciudad; cada vez más y más rápido. Súbitamente perdió el control del vehículo de forma intencionada y se dejó llevar mientras se oían gritos a su alrededor y caras de horror resbalaban por los cristales. No habría un mañana. Siempre había pensado que cuando dejara de quererse a sí mismo dejaría de apreciar a los demás. Mientras miraba por la ventanilla comprendió que estaba equivocado; pero todavía le quedaba mucha gasolina.

la oruga (cuento)

La pequeña oruga se arrastraba por la pared. Una de las razones por las que lo hacía (tal vez no la primordial) era porque no sabía lo que había más allá; de todas formas nunca debes menospreciar el intelecto de un insecto. Sea como fuere, la oruga seguía y seguía arrastrándose penosamente mientras recorría unos pocos centímetros, una distancia considerable para ella. Pobre oruga, aún no es una mariposa. Si lo fuera, recorrería antes la distancia que la separa de su meta. Pero entonces no tendría mucho valor. Como oruga puede que llegue, aunque no es seguro. Lo que sí es seguro es que tardará bastante más que como mariposa. Y lo que también está claro es que si, por accidente, la oruga se cae, será muy difícil que pueda volver a ponerse en marcha. La mariposa no tiene este problema. ¿Por qué entonces la oruga quiere seguir siendo lo que es?.

había una vez...

Querido visitante, tengo la satisfacción de compartir este pequeño cuento ruso contigo. Es una chorrada, y además bastante triste pero cuando era pequeño (bueno, no tanto) me encantaba este libro. Recuerda que sólo puedes leerlo si has sido bueno. En ese caso sigue leyendo. Si no, por favor, dirígete a la salida

La vejiga, la pajita y la abarca
Éranse que se eran una vejiga, una pajita y una abarca. Un día fueron al bosque por leña, pero llegaron a un río y no sabían qué hacer para cruzarlo. La abarca dijo a la vejiga: "¿Qué te parece, vejiga, si pasamos por encima de ti a la otra orilla?" - "No, abarca, lo mejor será que la pajita se estire de margen a margen y pasemos por ella." La pajita se estiró. La abarca quiso pasar por ella pero la pajita se partió. La abarca cayó al agua. La vejiga, al verlo, soltó la carcajada y rió tanto, que acabó por reventar.

Sí, la verdad es que es bastante insulso y no tengo muy clara la moraleja (si la tiene). Me imagino que estará abierta a la libre interpretación del lector, como las pelis de Bergman. Pero, ay, qué dibujos tenía el libro... Además desprendía un olor especial.
otros cuentos populares rusos; aunque sin dibujos y sin olor no es lo mismo...